viernes, 21 de marzo de 2014

Yo estoy dispuesta a llevarme a Hemingway conmigo..

Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)
Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

martes, 19 de abril de 2011

Pascuas de Resurrección


Sexta Estación

La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Lo presintió cercano sin verlo todavía,

lo anunciaba el silbido de agónicos jadeos,

el perfume doliente que tienen las heridas,

los cuajarones rojos, los ruines clamoreos.

Fue midiendo distancias por el crujir del hierro,

el crispar del flagelo, el eco del ultraje,

más punzante que el cardo que ceñía su frente,

como corona en llagas de un trágico linaje.

A golpes de la tralla, al son de los gemidos,

contó miles de pasos hasta su cuerpo roto,

la muralla deicida le cerraba el camino,

cada piedra un escarnio, anónimo e ignoto.

Resuelta sin embargo al destino imperado,

en su nombre de griegas resonancias orondas,

el Salterio le dicta la vocación labrada:

“He de buscar tu rostro, Señor, no me lo escondas”.

“He de buscar tu rostro, Señor, no me rechaces”,

repitió sosteniendo con las manos un lienzo,

su andar abría surcos entre fieros caínes,

mellados en el odio que asesinó El Comienzo.

A empellones avanza, a impulsos retrocede,

por un boscaje torvo de risas fariseas,

de innombrables traiciones, cobardías, relapsos,

las furias desatadas de venganzas hebreas.

Señoreaba esas turbas la historia del pecado,

las almas condenadas del pasado y presente,

pero estaba el futuro de falsías arteras,

el próximo Iscariote estaba ocultamente.

Escuchó imprecaciones más filosas que picas,

y por mujer no quiso mirar lo que veía;

se habían vuelto viernes los hombres y las cosas,

y el viernes más luctuoso se volvió profecía.

Cuando al fin, frente a frente, ya sin tiempo quedaron,

la Varona del Paño y el Dios de los Amores,

se cumplió la palabra del vidente Isaías:

era Cristo la imagen de un Varón de Dolores.

Milagro de la tela, misterio del Via Crucis,

Berenice prolonga ese alivio fugaz:

el Gólgota te espera, todo está consumado,

pero dame Dios mío besar tu Santa Faz.

Antonio Caponnetto


viernes, 10 de septiembre de 2010

Prisionero de Guerra.


Prisionero de Guerra

Por Antonio Caponnetto

“Preocupáos de los presos, como si vosotros estuviérais prisioneros con ellos”

San Pablo, Hebreos, 13, 3.

A los soldados argentinos que padecen injusta prisiòn bajo la ruin tiranía kirchnerista

Yo que icé la bandera hasta el vértice altivo,

en una plaza de armas soleada de heroísmo,

cuando todo era joven: el casco, las jinetas,

los sables aguzados y el viejo patriotismo.

Yo que domé un desfile en el frío de julio,

desbravando los vientos o refrenando escarchas,

como cimbra el jinete sobre un lomo tobiano,

a grupas del orgullo, osando contramarchas.

Yo que monté las guardias parapetado en lunas,

al acecho de sombras homicidas y rojas,

para que un sueño en calma tuvieran los que nunca

conocen del peligro su acero y sus congojas.

Yo que dejé mi lecho y a su vera una cuna,

combatiendo la senda del terror clandestino,

mientras casa por casa se encendían los leños,

mansamente alejados del fuego mortecino.

Yo convertido en rama, en fantasma o en muro,

en soldado del Cuerpo de Invisibles Patriotas,

patrullando amenazas más cruentas que una herida,

más dolientes que un día bruñido de derrotas.

Yo que estuve en Potrero de las Tablas, en Lules,

en Tucumán, la tierra de la caña cetrina,

en Manchalá, Simoca o en Quebrada de Artaza,

donde cayeron juntos Maldonado y Berdina.

Yo que anudé un rosario a mi fusil baqueano,

impetrando el auxilio del Arcángel Custodio,

por cumplir el mandato del hermano que dijo:

“camaradas tirad, pero tirad sin odio”.

Yo que usé de coraza el pellejo curtido,

cuerpeando una emboscada de negritud moruna,

me olvidé de mi nombre para llamarme sangre ,

y en formoseña tarde me llamé Hermindo Luna.

Yo que no supe darle resuello a la osamenta,

cada vez que la patria alistó centuriones,

era la paz de abril, la cuaresma, el sosiego:

me volví malvinero con el alma hecha horcones.

Yo prolongué en el Sur mi vaquía en el monte,

o adiestrada en la selva de ciudades arteras,

bajé un Harrier intruso fusilando injusticias,

asalté casamatas, comulgué en las trincheras.

Yo aquí estoy, prisionero de encrespados rencores,

de infernales venganzas sin bozal ni tabique,

de olvidos, desmemorias, fingimientos, agravios,

la juntura execrable del lodo bolchevique.

Sin embargo esta celda no atenaza la Historia,

no aprisiona las gestas, no aherroja el estandarte,

ni esclaviza los frutos del amor a la tierra,

pródigo en las batallas de las que fui baluarte.

No se arrestan recuerdos, pendones victoriosos,

van libres las hazañas, de dolores cauterios.

Somos libres nosotros, prisioneros de guerra,

porque honor y deberes no sufren cautiverios.

Nadie pone cerrojos al cielo en el que habitan

aquellos que partieron integrando un comando,

su triunfo será el nuestro, acaso en los confines,

cuando vuelva un criollo a dar la voz de mando.

ªªªªªªªªªªªªªªªªª

sábado, 21 de agosto de 2010

El alguacil alguacilado.

"-¿Hay reyes en el infierno? -le pregunté yo.
Y satisfizo a mi duda, diciendo:
-Todo el infierno es figuras y hay muchos de los gentiles, porque el poder,
libertad y mando les hace sacar a las virtudes de su medio y llegan los vicios
a su extremo, y, viéndose en la suma reverencia de sus vasallos y con la
grandeza puesta a dioses, quieren valer punto menos y parecerlo, y tienen
muchos caminos para condenarse y muchos que los ayudan. Porque uno se condena
por la crueldad, y, matando y destruyendo, es una guadaña coronada de vicios y
una peste real de sus reinos. Otros se pierden por la codicia, haciendo
almacenes de sus villas y ciudades a fuerza de grandes pechos, que, en vez de
criar, desustancian. Y otros se van al infierno por terceras personas y se
condenan por poderes, fiándose de infames ministros. Y es dolor verlos penar,
porque, como bozales en trabajo, se les dobla el dolor con cualquier cosa.
Sólo tienen bueno los reyes que, como es gente honrada, nunca vienen solos,
sino con punta de dos o tres privados, y a veces el encaje, y se traen todo el
reino tras sí, pues todos se gobiernan por ellos. Aunque privado y rey es más
penitencia que oficio y más carga que gozo. Ni hay cosa tan atormentada como
la oreja del príncipe y del privado, pues de ella nunca escapan pretendientes
quejosos y aduladores, y estos tormentos los califican para el descanso.
Los malos reyes se van al infierno por el camino real, y los mercaderes,
por el de la plata.
-¿Quién te mete ahora con los mercaderes? -dijo Calabrés.
-Manjar es que nos tiene ya empalagados a los diablos y ahítos, y aun los
vomitamos. Vienen allá a millares, condenándose en castellano y en guarismo.
Y habéis de saber que en España los misterios de las cuentas de los
extranjeros son dolorosos para los millones que vienen de las Indias, y que
los cañones de sus plumas son de batería contra las bolsas, y no hay renta
que, si la cogen en medio el Tajo de sus plumas y el Jarama de su tinta, no la
ahoguen. Y, en fin, han hecho entre nosotros sospechoso este nombre de
asientos, que, como significan otra cosa, que me corro de nombrarla, no
sabemos cuándo hablan a lo negociante o cuándo a lo deshonesto. Hombre destos
ha ido al infierno que, viendo la leña y fuego que se gasta, ha querido hacer
estanco de la lumbre. Y otro quiso arrendar los tormentos, pareciéndole que
ganará con ellos mucho. Estos tenemos allá junto a los jueces que acá los
permitieron.
-¿Luego algunos jueces hay allá?
-¡Pues no! -dijo el espíritu-. Los jueces son nuestros faisanes, nuestros
platos regalados y la simiente que más provecho y fruto nos da a los diablos.
Porque de cada juez que sembramos, cogemos seis procuradores, dos relatores,
cuatro escribanos, cinco letrados y cinco mil negociantes, y esto cada día. De
cada escribano cogemos veinte oficiales; de cada oficial, treinta alguaciles;
de cada alguacil, diez corchetes. Y si el año es fértil de trampas, no hay
trojes en el infierno donde recoger el fruto de un mal ministro..."

Frag. El Alguacil Alguacilado - Francisco de Quevedo y Villegas

jueves, 10 de diciembre de 2009

Dolor de nostalgia.

Se dice por ahí que estamos llegando al momento en que muchas cosas van a reeditarse... mejorar, volver a empezar tal vez... pero no se ustedes... a mi me parte el corazón la nostalgia de los tiempos idos, con esa particular certeza personal de que hemos cortado las amarras de mucho más de lo que debería haber sido.


Un artículo de Eduardo Galeano




Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.
¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.
Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡¡¡Las cosas que usábamos!!!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Hasta aquí Eduardo Galeano

domingo, 19 de julio de 2009

A mis Amigos.-


"Sólo se conocen las cosas que se domestican" - dijo el Zorro.


“La primera idea se me ocurrió a principios de la década del setenta, a propósito de un sueño esclarecedor que tuve después de cinco años de vivir en Barcelona. Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía más tiempo. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una serenidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. “Eres el único que no puede irse”, me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos.”

Segmento del Prólogo a su obra “Doce Cuentos Peregrinos” de Gabriel García Márquez"

Cuando leo esa frase me embarga una breve pero angustiante sensación, con inexpresables emociones mezcladas que surgen de pensar una vida sin amigos, o una despedida completa, un final. Son sensaciones que hacen temblar al corazón y hasta llaman a las lágrimas. Y en un sentido contrario, esa frase obliga a pensar en lo inmenso, abismal del sentimiento de la amistad. Porque pensar en una muerte definitiva de los lazos genera un vacío en el pecho pero a la vez fuerza a reconocer, a vislumbrar, a recordar (otra vez, porque siempre es necesario) cuán maravilloso es tener amigos, cuán inmensamente valioso es poder llamarse uno mismo “amigo” de otra persona, de otra alma, de otro corazón. Pensar en la ausencia te obliga a repensar la presencia. Saber que no está, o pensar que podría no estar algún día, inevitablemente lleva a la conciencia de lo bueno, verdadero y bello de tener amigos. De no andar los senderos de la vida, en soledad.

Cada palabra contiene mucho poder, y en cada persona repercute de modo diferente. Cuando yo pienso en morir, ¿cómo decirlo?.... precisamente creer que al morir se acaban los amigos, para mí sería como un suicidio doloroso. Porque implicaría pensar que al morir se acaba el amor, que al morir se esfuma lo vivido, que los recuerdos se transforman en sólo eso, a secas, recuerdos. Nada más. Nunca más.

Yo no puedo afirmar eso, sin morir. Y tal vez cuando muera obtendré las respuestas a tantos interrogantes, que nadie ha respondido hasta hoy.
Hoy quiero pensar que mi muerte no implicará la muerte del vínculo. Quiero creer que estar sin amigos es como morir, pero que la muerte no se lleva con ella, a la amistad.
Quiero creer que el amor y la amistad no mueren nunca. Así de simple, y así de profundo.
Y quiero más, quiero pedir que las fuerzas externas e internas a mí misma me doten de aquello que necesito, y mi inteligencia y mi voluntad me sirvan como instrumento, para que, aunque sepa (o crea) que el amor no termina con la muerte, honre a mis amigos, a mis seres queridos, cada día, como si fuera el último, como ellos me honran a mi.

miércoles, 8 de julio de 2009

Cada día que fueron, cada noche que son, cada amanecer que SERÁN.

Capitán de Navío José Arca, horas después de eyectarse de su avión.
Fuente de la Imagen: Foros Zona Militar.
Posteada por el forista Gerardo AML90 Veterano de Guerra de Malvinas

Los días 1 y 2 de julio, en las instalaciones generosamente cedidas del Jockey Club sito en calles Mendoza e Irigoyen de la ciudad de Corrientes, se llevaron a cabo las PRIMERAS JORNADAS MALVINERAS 2009, organizadas por la Federación de Veteranos de Guerra, la Agrupación Defensa del Ser Nacional, entre otras.
En estos dos días, ante un numeroso grupo de gente, entre ellos militares en actividad y retirados, familiares y ex combatientes de Malvinas, público en general, el periodista que fuera corresponsal de Guerra, Nicolás Kasanzew hizo la presentación de su último libro con fotos inéditas de la guerra, "La Pasión según Malvinas". Al día siguiente, honraron al auditorio con su presencia, dos verdaderos héroes de la patria, que han sido condecorados con las más altas distinciones que otorga el Ejército Argentino, aviadores de la Armada, ellos relataron sus experiencias e ilustraron brillantemente al auditorio con las explicaciones de diversas maniobras aéreas durante la guerra, que fueron sin lugar a dudas, además de inéditas varias de ellas, heroicas a más no poder, y dignas de la admiración y el respeto, principalmente, de quienes en ese momento eran sus enemigos.
En un silencio profundo, se escucharon las palabras de los disertantes, y pasó el tiempo sin darnos cuenta. La pasión por su trabajo, la pasión por la verdad, la reivindicación de los héroes vivientes y de los que ya no están, de la voz de Nicolás Kasanzew, fue fielmente aparejada por las experiencias del Capitán de Navío José Arca, quien nos ha transportado a un tiempo donde el corazón latió mas fuerte, donde la Patria asumió un verdadero sentido y donde más allá de políticos, falsedades o intereses de toda índole, la ciudadanía supo discernir lo Bueno, lo Bello y lo Verdadero que contiene, y siempre contendrá, el gesto heroico de defender la soberanía, el orgullo de la misión cumplida, aunque no se regrese victorioso, y el profundo y perenne acto de sublime amor y sacrificio que representa el juramento de morir, por el suelo y por los amigos.
Escucharles, nos ha hecho replantearnos muchas cosas, a pesar de la fuerza mediática de aquel momento, y de los años subsiguientes, no obstante en los ultimos años se ha visto emerger documentales de tiraje internacional que afirman lo que Argentina negó durante mucho tiempo y que no es otra cosa que los datos reales, estadísticos y documentados, de que se estuvo a poco de ganar la guerra, y que la Aviación Argentina infrinjió severísimos daños a la Armada Inglesa, en misiones de absoluto arrojo, improvisadas incluso, rayando en la locura de sus pilotos, dignas de los más altos reconocimientos, los que, paradójicamente, recibieron en muchos lugares, más que en su propia patria.

La "conciencia colectiva" de una patria decadente, ha sido vapuleada, desde hace más de 27 años, pero específicamente, hace 27 años, por una campaña mediática y poderosa que pretende desprestigiar precisamente aquello que nos hace grandes, que nos identifica y nos hermana. En la vorágine del "nivelemos para abajo", de las falsedades históricas, los detalles ocultos, las fotos que no se muestran, las voces silenciadas. Tres hombres, y el trabajo de muchos más que los invitaron y homenajearon, han reivindicado, desde la humildad de su día a día, de sus esfuerzos cotidianos y de su experiencia, a todos los hombres y mujeres orgullosos de su herencia, dignos de su porvenir, valientes y sublimes en el sacrificio de entrega por algo más alto, mas eterno que la propia individualidad, que no es otra cosa que la Patria, y el Honor. A esos hombres y mujeres, militares y civiles que supieron estar a las alturas de las circunstancias, los han vestido de gloria las palabras de estos disertantes y - dejando a criterio del lector, la inquietud de saber más, y bien, sobre aquello que es y será parte de nuestra historia, de esa historia que nos hace grandes- rescato simplemente la potente afirmación del final de la primera jornada, en la voz de Nicolás Kasanzew, que dijo "Peleamos, y perdimos... ¡PERO PELEAMOS!"

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