viernes, 10 de septiembre de 2010

Prisionero de Guerra.


Prisionero de Guerra

Por Antonio Caponnetto

“Preocupáos de los presos, como si vosotros estuviérais prisioneros con ellos”

San Pablo, Hebreos, 13, 3.

A los soldados argentinos que padecen injusta prisiòn bajo la ruin tiranía kirchnerista

Yo que icé la bandera hasta el vértice altivo,

en una plaza de armas soleada de heroísmo,

cuando todo era joven: el casco, las jinetas,

los sables aguzados y el viejo patriotismo.

Yo que domé un desfile en el frío de julio,

desbravando los vientos o refrenando escarchas,

como cimbra el jinete sobre un lomo tobiano,

a grupas del orgullo, osando contramarchas.

Yo que monté las guardias parapetado en lunas,

al acecho de sombras homicidas y rojas,

para que un sueño en calma tuvieran los que nunca

conocen del peligro su acero y sus congojas.

Yo que dejé mi lecho y a su vera una cuna,

combatiendo la senda del terror clandestino,

mientras casa por casa se encendían los leños,

mansamente alejados del fuego mortecino.

Yo convertido en rama, en fantasma o en muro,

en soldado del Cuerpo de Invisibles Patriotas,

patrullando amenazas más cruentas que una herida,

más dolientes que un día bruñido de derrotas.

Yo que estuve en Potrero de las Tablas, en Lules,

en Tucumán, la tierra de la caña cetrina,

en Manchalá, Simoca o en Quebrada de Artaza,

donde cayeron juntos Maldonado y Berdina.

Yo que anudé un rosario a mi fusil baqueano,

impetrando el auxilio del Arcángel Custodio,

por cumplir el mandato del hermano que dijo:

“camaradas tirad, pero tirad sin odio”.

Yo que usé de coraza el pellejo curtido,

cuerpeando una emboscada de negritud moruna,

me olvidé de mi nombre para llamarme sangre ,

y en formoseña tarde me llamé Hermindo Luna.

Yo que no supe darle resuello a la osamenta,

cada vez que la patria alistó centuriones,

era la paz de abril, la cuaresma, el sosiego:

me volví malvinero con el alma hecha horcones.

Yo prolongué en el Sur mi vaquía en el monte,

o adiestrada en la selva de ciudades arteras,

bajé un Harrier intruso fusilando injusticias,

asalté casamatas, comulgué en las trincheras.

Yo aquí estoy, prisionero de encrespados rencores,

de infernales venganzas sin bozal ni tabique,

de olvidos, desmemorias, fingimientos, agravios,

la juntura execrable del lodo bolchevique.

Sin embargo esta celda no atenaza la Historia,

no aprisiona las gestas, no aherroja el estandarte,

ni esclaviza los frutos del amor a la tierra,

pródigo en las batallas de las que fui baluarte.

No se arrestan recuerdos, pendones victoriosos,

van libres las hazañas, de dolores cauterios.

Somos libres nosotros, prisioneros de guerra,

porque honor y deberes no sufren cautiverios.

Nadie pone cerrojos al cielo en el que habitan

aquellos que partieron integrando un comando,

su triunfo será el nuestro, acaso en los confines,

cuando vuelva un criollo a dar la voz de mando.

ªªªªªªªªªªªªªªªªª

sábado, 21 de agosto de 2010

El alguacil alguacilado.

"-¿Hay reyes en el infierno? -le pregunté yo.
Y satisfizo a mi duda, diciendo:
-Todo el infierno es figuras y hay muchos de los gentiles, porque el poder,
libertad y mando les hace sacar a las virtudes de su medio y llegan los vicios
a su extremo, y, viéndose en la suma reverencia de sus vasallos y con la
grandeza puesta a dioses, quieren valer punto menos y parecerlo, y tienen
muchos caminos para condenarse y muchos que los ayudan. Porque uno se condena
por la crueldad, y, matando y destruyendo, es una guadaña coronada de vicios y
una peste real de sus reinos. Otros se pierden por la codicia, haciendo
almacenes de sus villas y ciudades a fuerza de grandes pechos, que, en vez de
criar, desustancian. Y otros se van al infierno por terceras personas y se
condenan por poderes, fiándose de infames ministros. Y es dolor verlos penar,
porque, como bozales en trabajo, se les dobla el dolor con cualquier cosa.
Sólo tienen bueno los reyes que, como es gente honrada, nunca vienen solos,
sino con punta de dos o tres privados, y a veces el encaje, y se traen todo el
reino tras sí, pues todos se gobiernan por ellos. Aunque privado y rey es más
penitencia que oficio y más carga que gozo. Ni hay cosa tan atormentada como
la oreja del príncipe y del privado, pues de ella nunca escapan pretendientes
quejosos y aduladores, y estos tormentos los califican para el descanso.
Los malos reyes se van al infierno por el camino real, y los mercaderes,
por el de la plata.
-¿Quién te mete ahora con los mercaderes? -dijo Calabrés.
-Manjar es que nos tiene ya empalagados a los diablos y ahítos, y aun los
vomitamos. Vienen allá a millares, condenándose en castellano y en guarismo.
Y habéis de saber que en España los misterios de las cuentas de los
extranjeros son dolorosos para los millones que vienen de las Indias, y que
los cañones de sus plumas son de batería contra las bolsas, y no hay renta
que, si la cogen en medio el Tajo de sus plumas y el Jarama de su tinta, no la
ahoguen. Y, en fin, han hecho entre nosotros sospechoso este nombre de
asientos, que, como significan otra cosa, que me corro de nombrarla, no
sabemos cuándo hablan a lo negociante o cuándo a lo deshonesto. Hombre destos
ha ido al infierno que, viendo la leña y fuego que se gasta, ha querido hacer
estanco de la lumbre. Y otro quiso arrendar los tormentos, pareciéndole que
ganará con ellos mucho. Estos tenemos allá junto a los jueces que acá los
permitieron.
-¿Luego algunos jueces hay allá?
-¡Pues no! -dijo el espíritu-. Los jueces son nuestros faisanes, nuestros
platos regalados y la simiente que más provecho y fruto nos da a los diablos.
Porque de cada juez que sembramos, cogemos seis procuradores, dos relatores,
cuatro escribanos, cinco letrados y cinco mil negociantes, y esto cada día. De
cada escribano cogemos veinte oficiales; de cada oficial, treinta alguaciles;
de cada alguacil, diez corchetes. Y si el año es fértil de trampas, no hay
trojes en el infierno donde recoger el fruto de un mal ministro..."

Frag. El Alguacil Alguacilado - Francisco de Quevedo y Villegas